Carta de amor para Elsa Morante
Roma, 18 de agosto de 1912 – Roma 25 de noviembre de 1985
Querida Elsa,
tenía dieciocho años, cuando, en una tarde de septiembre de 1963, en casa del pintor Giovanni Thermes, el escritor Michele Prisco habló de L’isola de Arturo. El día después tomé un barco rumbo a la isla de Procida con tu libro en la mochila. Conocía bien las islas de Capri y de Ischia y de esta isla más pequeña solo sabía de su penitenciario. El asombro fue doble: tu libro y la magia de la salvaje naturaleza de la isla, totalmente aislada del mundo del progreso y del mundo en general. Así nació mi doble amor por ti y por Procida. La isla como lugar para cultivar la escritura, tus escritos como tabla de salvación, la gran literatura en general como tabla de salvación del báratro da la ignorancia, como fuente de comprensión y deleite.
Tú, autodidacta como yo, anárquica como yo, en contra de las instituciones como yo, crítica frente a la historia como yo, amante de los gatos como yo: fue fácil ponerte en el pedestal de los Maestros que marcaron mi existencia. Había en aquellos tiempos muchos escritores italianos de suma importancia, pero, por razón de afinidad, en los más altos escalones de mi Olimpo personal estabas tú y Cesare Pavese. Además de ser fuentes de enseñanza, más que las novelas, me impactaban vuestros poemas. Siempre he amado las formas literarias breves, los poemas cortos, los haikus, pero tus poemas son largos y a pesar de esto llegaban rápido a mi corazón. Y tus cinco mayores libros (Lo scialle andaluso, Mentira e sortilegio, L’isola de Arturo, La storia, Araoceli), todos indispensables, me han ayudado a comprender la cultura y la gente del Sur de Italia y España. Y amar a una Maestra de escritura apasionada, original, difícil de catalogar (algunos te han considerada como pionera del post-modernismo,
Tú, poco proclive a hablar de otros intelectuales, declaraste tu deuda a la filósofa francesa Simona Weil, y así descubrí otra gran mujer. Gracias a vosotras dos entré de lleno en una posición fuertemente antifascista y abracé la causa del comunismo, el cual con el tiempo fracasará, como fracasará la cultura. Pero yo sigo en mi camino hacia una utópica justicia social, soñando un mundo sin mafias, sin guerras, sin potentes ignorantes y prepotentes.
Y también gracias a ti descubrí a la filosofa andaluza Maria Zambrano. Es casi seguro que recibiste la potencia de lo que ella estaba escribiendo durante su exilio en Roma, donde se refugió para no acabar asesinada por los franquistas como lo fue Federico García Lorca. Es evidente que las obras tuyas, las de Simone Weil y de María Zambrano están unidas por lazos éticos, existenciales y espirituales. Unidas en la crítica a la historia, en la oposición a la alienación humana de las sociedades falsamente democráticas, en la denuncia al progreso devastador, a la falta de libertad del individuo en la sociedad de masas, en la preocupación por la pérdida de valores y cultura, debida en buena parte a la barbarie fascista.
Para ti querida Elsa, el Sur español e italiano, ejercieron una gran fascinación. Andalucía se configura en tu imaginario como la tierra de la fantasía, del amor y de la esperanza. Tierra mágica, como Procida o lugares de Puglia y de Calabria, alejadas de los ritmos devastadores del progreso tecnológico.
Gracias amada Elsa, gracias por haberme enseñado a comprender a la gente del Sur, su cultura, sus costumbres. A amar las tierras del Sur, sobre todo de Calabria, tierra dura habitada por gente dura como la piedra, pero valiente y verdadera. Gente ya perdida. No en broma declaraste de preferir los gatos a los humanos, probablemente tu conflictiva y atormentada relación matrimonial con Alberto Moravia y las dificultades de tus otros amores después de separarte del autor de La noia contribuyeron a tu decisión de alejarte de los humanos adultos. De hecho, en el ocaso de tu vida, quisiste escribir solo para niños.
Gracias a ti brotó en mí el valor para dejar la falsedad y la corrupción del periodismo (mundo que tú sabiamente evitaste) en contra del cual nada podía mi honestidad y me marché a España, al Sur más profundo, en una pequeña y mágica isla lejos de todo, en donde aprendí, según la magistral lección de Simone Weil a trabajar con las manos. Humildes trabajos manuales, para saber estar, de verdad, al lado de los humildes, desde siempre víctimas, vencidos por la brutalidad y codicia de los potentes.
Dejo la palabra a ti, escritor (no escritora, término de harem que siempre rechazaste) capaz de fundir magia y realidad con un dominio absoluto de las palabras. Aquí esta uno de tus largos y sublimes poemas:
Alibi
Solo chi ama conosce. Povero chi non ama!
Come a sguardi inconsacrati le ostie sante,
comuni e spoglie sono per lui le mille vite.
Solo a chi ama il Diverso accende i suoi splendori
e gli si apre la casa dei due misteri:
il mistero doloroso e il mistero gaudioso.
Io t’amo. Beato l’istante
che mi sono innamorata di te.
Qual è il tuo nome? Simile al firmamento
esso muta con l’ora. Sei tu Giulietta? o sei Teodora?
ti chiami Artù? o Niso ti chiami? Il nome
a te serve solo per giocare, come una bautta.
Vorrei chiamarti: Fedele; ma non ti somiglia.
La tua grazia tramuta
in un vanto lo scandalo che ti cinge.
Tu sei l’ape e sei la rosa.
Tu sei la sorte che fa i colori alle ali
e i riccioli ai capelli.
La tua riverenza è graziosa come l’arcobaleno.
Sono i tuoi giorni un prato lucente
dove t’incontri con gli angeli fraterni:
il santo, adulto Chirone,
l’innocente Sileno, e i fanciulli dai piedi di capra,
e le fanciulle – delfino dalle fredde armature.
La sera, alla tua povera cameretta ritorni
e miri il tuo destino tramato di figure,
l’ oscuro compagno dormiente
dal corpo tatuato.
Tu eri il paggio favorito alla corte d’Oriente,
tu eri l’astro gemello figlio di Leda,
eri il più bel marinaio sulla nave fenicia,
eri Alessandro il glorioso nella sua tenda regale.
Tu eri l’incarcerato a cui si fan servi gli sbirri.
Eri il compagno prode, la grazia del campo,
su cui piange come una madre
il nemico che gli chiude gli occhi.
Tu eri la dogaressa che scioglie al sole i capelli
purpurei, sull’ alto terrazzo, fra duomi e stendardi.
Eri la prima ballerina del lago dei cigni,
eri Briseide, la schiava dal volto di rose.
Tu eri la santa che cantava, nascosta nel coro,
con una dolce voce di contralto.
Eri la principessa cinese dal piede infantile:
il Figlio del Cielo la vide, e si innamorò.
Come un diamante è il tuo palazzo
che in ogni stanza ha un tesoro
e tutte le finestre accese.
La tua dimora è un’arnia fatata:
narcisi lontani ti mandano i loro mieli.
Per le tue feste, da lontani evi
giungono luci, come al firmamento.
Ma tu in esilio vai, solo e scontento.
Il mio ragazzo non ha casa
né paese.
La bella trama, adorata dal mio cuore,
a te è una gabbia amara.
E in tua salvezza non verrà mai la sposa
regina del labirinto.
Per il sapore strano del bene e del male
la tua bocca è troppo scontrosa.
Tu sei la fiaba estrema. O fiore di giacinto
cento corimbi d’un unico solitario fiore!
La folla aureovestita del tuo bel gioco di specchi
a te è deserto e impostura.
Ma dove vai? che mai cerchi? invano, gatta – fanciulla,
il passaggio d’ Edipo sul tuo cammino aspetti.
O favolosa domanda, al tuo delirio
non v’è risposta umana.
Riposa un poco vicino a chi t’ama
angelo mio.
Quando mi sei vicino, non più che un fanciullo m’appari.
Le mie braccia rinchiuse bastano a farti nido
e per dormire un lettuccio ti basta.
Ma quando sei lontano, immane per me diventi.
Il tuo corpo è grande come l’Asia, il tuo respiro
è grande come le maree.
Sperdi i miei neri futili giorni
come l’uragano la sabbia nera.
Corro gridando i tuoi diversi nomi
lungo il sordo golfo della morte.
Riposa un poco vicino a chi t’ama.
Lascia ch’io ti riguardi. La mia stanza percorri spavaldo
come un galante che passa
in una strage di cuori.
Allo specchio ti miri i lunghi cigli
ridi come un fantino volato al traguardo.
O figlio mio diletto, rosa notturna!
Povero come il gatto dei vicoli napoletani
come il mendico e il povero borsaiolo,
e in eleganza sorpassi duchi e sovrani
risplendi come gemma di miniera
cambi diadema ogni sera
ti vesti d’oro come gli autunni.
Passa la cacciatrice lunare con i suoi bianchi alani…
Dormi.
La notte che all’ infanzia ci riporta
e come belva difende i suoi diletti
dalle offese del giorno, distende su noi
la sua tenda istoriata.
Nella funerea dimora, anche di te mi scordo.
Il tuo cuore che batte è tutto il tempo.
Tu sei la notte nera.
Il tuo corpo materno è il mio riposo.