Enrique Morente
(Granada, 25 de diciembre 1942-Madrid, 2010)
Omega
Están los puristas, los conservadores, los defensores de la tradición flamenca, los que no toleran la contaminación de géneros en un mundo contaminado, que aman ver y escuchar un cantaor sentado cantando siempre los mismos melismas con una o dos guitarristas sentadas a su lado que tocan los ritmos, los arpegios, los giros armónicos, las melodías de siempre. Y esto es sumamente hermoso, sumamente valioso, sumamente loable. Y están los que rompen la tradición, buscan nuevos caminos, nuevos encuentros, nuevos sonidos, nuevas magias, nuevas y más amplias plateas. Buscan cantar el cante hondo en la inmensidad del cielo abierto delante de una marea de gente que se exalta, se conmueve, grita y levanta los brazos. Y esto también puede ser muy hermoso, sumamente valioso, sumamente loable. Depende únicamente de la intención y la calidad de los músicos.
Del segundo grupo, Enrique Morente , inmenso cantaor de flamenco puro, ha sido un campeón de gran valentía y de una búsqueda de hermandad con músicos de otros géneros y etnias. Un músico visionario de una genialidad asombrosa. La bomba en el mundo flamenco que Morente lanzó en 1995 con éxito enorme, inesperado, se llamó Omega. Disco y espectáculo cumbre de la música española de los últimos cincuenta años. El cantaor que cantaba tientos en los años setenta se convirtió en front man de una rock band granadinas, llamada Lagartija Nick. Para que el flamenco no perdiera su centralidad, junto a los rockeros había guitarristas flamencos del calibre de Tomatito, Cañizares y Vicente Amigo.
La idea de Morente fue la de tomar un puñado de poemas de García Lorca del ciclo Poeta en Nueva York, algunas canciones-poemas de Leonard Cohen, otro lorcófilo, e ir desde Andalucía a Manhattan, desde lo antiguo a lo moderno con el cante hondo que se vuelve inmenso grito de dolor y de esperanza en un traje de sonidos acústicos y eléctricos, con guitarras flamencas entrelazadas con el fragor a veces estridente, desgarrante de las guitarras rockeras, sobre la base rítmica de la batería de Eric Jiménez, gran protagonista en esta obra maestra junto con Morente y su poderosa voz.
La canción de abertura del álbum es Omega, once minutos, una avalancha de pasión, de sonidos que abruman, con una voz que tiene frente a una batería arrolladora. El efecto final deja al oyente extenuado, asombrado, en un estado de conciencia elevado. El álbum completo no tiene desperdicios, con momentos de extremo impacto como la interpretación de Aleluya de Cohen o Manhattan con la honda batería que marca un ritmo implacable mientras una guitarra acústica se enrolla en si misma y una guitarra eléctrica murmura inquietante en el fondo y las voces llevan al cielo los versos de Lorca.
Rockeros habilidosos, estrellas del toque flamenco, Morente, Lorca, Cohen en un conjunto que no es rock, ni flamenco sino los dos géneros casados felizmente, cosa más única que rara. Después de escuchar Omega, Leonard Cohen envió a Morente dos docenas de rosas que nunca llegaron. También Omega estuvo a punto de no llegar, rechazado por algunas grandes compañías discográficas, pero al fin llegó. Las rosas de Cohen no llegaron pero el éxito de Omega sí. Y fue grandioso y marcó la historia no solo del flamenco sino del arte en su totalidad.
Hubo quien llegó definir a Morente como “asesino” del flamenco, pero gracias a Enrique el gran río llamado flamenco anda por tierras nuevas, las alimenta, crea humus y nuevas vidas. También Camarón hizo un intento de asesinato cantando junto a un bajo eléctrico. Estos dos maravillosos Maestros dieron nueva linfa al cante y si fueron asesinos, mataron lo viejo para abrir espacio a lo nuevo. Después de veinte años Omega vuelve remasterizado, con un libro y un documental visivo. Vuelve la magia con más fuerza. Morente ya no está entre nosotros, pero su magia sí que está. Y desde donde él está ahora verá, con su sonrisa cautivadora, como la admiración, el amor hacia él y sus obras siguen más vivos que nunca.
Enrique Morente Lagartija Nick: Ciudad sin sueño