

La expropiación de la salud y el genocidio institucionalizado
«Cuando el asesino número uno de una sociedad es el sistema sanitario, ese sistema no tiene más excusa que abordar sus propias deficiencias urgentes. Es un sistema fallido que necesita atención inmediata. Lo que hemos esbozado en este documento son aspectos insoportables de nuestro sistema médico contemporáneo que deben cambiarse, empezando por sus propios cimientos.» Esta es la conclusión del estudio «Death by medicine» publicado en 2003. Muchos otros estudios confirman un hecho terrible, inquietante e indiscutible: el sistema médico institucionalizado es la principal causa de muerte, no sólo en Occidente.
Es un sistema corrupto y puramente mafioso. Un sistema basado en la imposición de fármacos que no curan en absoluto y que destruyen la salud de quienes, inconscientes, caen en la trampa. Fármacos diseñados con el único fin de controlar los síntomas y multiplicar las enfermedades, y crear otras nuevas. El escándalo de la Clínica Santa Rita de Milán (junio de 2008) no es más que la punta del iceberg de una situación mundial cuando menos obscena, que ha degenerado hasta un punto inimaginable con la falsa pandemia planificada hace tiempo y que se hará realidad en 2020, y que ha demostrado cómo el poder y la nocividad del sistema médico son ilimitados e irrefrenables. Podemos llamar a este sistema, dirigido por grupos criminales, el más siniestro de los cuales es Pfizer, y el magnate «filántropo» y enemigo número uno de la salud, Bill Gates.
Como todas las bandas mafiosas, Farmafia tiende a monopolizar su actividad delictiva y, por tanto, pretende ser el único consultorio médico. Todos los demás, incluidos los que tienen miles de años de historia, son vilipendiados y hace todo lo posible por eliminarlos. La libertad terapéutica consagrada en las constituciones de los países «civilizados» está ahora completamente traicionada. Por lo tanto, las prácticas genuinamente curativas como la homeopatía, la acupuntura, la naturopatía, la osteopatía, etc. son tachadas de «pseudociencia», definidas como fraudulenta. Ahora los verdaderos estafadores, genocidas y corruptos han apuntado a la biorresonancia, una herramienta muy útil para investigar la génesis de los desequilibrios que llevan a la pérdida de funcionalidad de los órganos y sistemas que conduce a las llamadas enfermedades y que en varios casos puede ayudar en la terapia.
Dicen o más bien rumorean que la biorresonancia es algo sin base científica, que no funciona y que engañaría a los pacientes. Tan científicas serían las prácticas médicas de Farmafia basadas en una etiología desconocida (o multifactorial, que da lo mismo) y en el uso de carísimos fármacos iatrogénicos que permiten a Farmafia y a los médicos iatrogénicos unos beneficios estratosféricos. Cosas de los cretinos, que son la mayoría de una humanidad que merece la extinción. Dignos de ser extinguidos son los que siguen yendo por ahí con máscaras, que han recibido felizmente su tercera dosis y esperan ansiosos la cuarta que reducirá a muchos de ellos a un estiércol envenenado, entonces inútil.
Pero hay seres inteligentes que no caen en la trampa, que evitan a los médicos y a los hospitales (salvo en los casos de lesiones accidentales que requieren cirugía, única práctica del sistema médico institucionalizado que conserva su valor) que resisten y siguen siendo tratados por homeópatas, osteópatas, acupuntores, naturópatas, higienistas o terapeutas que actúan con el precioso apoyo de aparatos basados en la biorresonancia. Y tal vez no sea casualidad que el ataque se produzca ahora, ya que los mejores aparatos proceden del Oberon y, por tanto, son de origen ruso. Inventado, por tanto, por los malísimos científicos rusos, aunque lejos de la llegada al poder del «malísimo» Putin.
Fuentes:
Mafia medica: Ghislaine Lanctôt: https://drive.google.com/file/d/0B8sT5XVro4fwanNZbTFYZ0xIbXc/view?resourcekey=0-BEPzPkYZ-pC4wF7MZtTAmw
https://www.imdb.com/title/tt1776887/
https://chiro.org/LINKS/FULL/Death_By_Medicine.html
Milioni di euro a 32000 medici dalle case farmaceutiche. La denuncia del Codacons