Hilda Doolittle
Bethlehem, Pennsylvania,10 de septiembre 1886 – Zürich, 27 de septiembre de 1961
Querida Hilda,
compartimos el mismo signo zodiacal, Virgo, por ello hay una especial resonancia artística entre nosotros. Tú escribías versos en forma libre igual que yo y compartimos el amor por la cultura griega. Fue tu amante Ezra Pound quien publicó tus primeros poemas en la revista Poetry. Firmaba con tus iniciales H.D. Tus novelas póstumas publicadas, La mujer del pirata, Asphodel y Ella, tocan la temática del lesbianismo, evidentemente debido a tu relación amorosa con la poetisa modernista y novelista inglesa Bryher (Winifred Ellerman) Aunque posteriormente te casaste y tuviste hijos, tu bisexualidad aparece con frecuencia a lo largo de tu vida. De forma regular buscaste amantes de ambos sexos además del compañero que tuviste.
Tus otras novelas destacables son Palimpsesto (1926) y Hedylus (1928). También, Fui a un tormento (1958), biografía de Ezra Pound.
Entre tus poemarios, los más notables de tu primera etapa creativa relacionada con el movimiento imaginista son: Jardín de mar (1916), Some Imagist Poets de 1917, Heliodora y otros poemas (1924).
El imaginismo se caracterizaba por un uso restringido del lenguaje, una estructura retórica basada en la analogía más que en la metáfora y en una pureza clásica en la estructura que frecuentemente enmascaraba una fuerte energía dramática subyacente. Este estilo de escritura no tuvo siempre admiradores. En un artículo sobre imaginistas en la revista The Egoist en mayo de 1915, el poeta y crítico Harold Monro calificó las primeras obras de H.D. como «poesía insignificante» que denotaba «o pobreza imaginativa o una contención innecesariamente excesiva».
Aunque los modelos originales del pensamiento imaginista se basaban en la poesía japonesa, tú escribías abrazando el lirismo griego. Fácil es trazar un lazo entre tú y Safo. Grecia anidaba firmemente en tu corazón. Tradujiste tres volúmenes al griego: Choruses from the Iphigeneia in Aulis (Los coros de la Ifigenia de Aulis) (1916), Choruses from the Iphigenia in Aulis and the Hippolytus of Euripides (Coros de la Ifigenia en Aulis y el Hipólito de Eurípides) (1919) y El Ion de Eurípides (1937), así como una obra de teatro original basada en el modelo griego llamada Hippolytus Temporizes (1927).
En 1944, con el poemario Los muros no se hunden abandonaste todos los elementos vanguardistas.
Fuiste la primera mujer que ganó The award or merit medal por la poesía en 1960. Pero en estos tiempos, pobres en cultura y belleza, pocos se acuerdan de ti. Lideraste la cultura bohemia en el Londres de las primeras décadas del Novecientos y en tus poesías últimas aparecen temas épicos y temas relacionados con la violencia y la guerra enfocados desde una visión feminista. Fuiste la primera mujer en ser galardonada con la medalla de la Academia de las Artes y las Letras y algo de gloria te acarició en los años setenta aunque muy poco. Tu obra poética espera aún ser descubierta. Tu figura está bien encuadrada en la historia de la literatura considerando, también, que has servido como modelo a bastantes poetisas que trabajan en la actualidad siguiendo la tradición modernista. Entre ellas Bárbara Guest, Denise Levertov, Susan Howe. Sin embargo, tu influencia no se limita a mujeres. Muchos hombres, incluyendo Robert Duncan y Robert Creeley, han reconocido su deuda con tu obras.
Algunos poemas:
Oreade es uno de los primeros y más reconocidos poemas. Fue publicado en la antología de 1915 y documenta el primer estilo de H.D.
Oread
Whirl up, sea—
Whirl your pointed pines.
Splash your great pines
On our rocks.
Hurl your green over us—
Cover us with your pools of fir.
Oréade (traducción libre)
Revuélvete, mar—
Revuelve tus puntiagudos pinos.
Salpica tus grandes pinos
En nuestras rocas.
Lanza tu verdor sobre nosotros—
Cúbrenos con tus charcas de abeto.
LETEO
da Sea Garden (1916)
Ni piel ni cuero ni vellón
te cubrirán,
Ni cortina de seda
ni refugio de cedro
hallarás sobre vos,
Ni pino
Ni abeto.
Ni visión de aliaga o de espino
Ni de tejo de río,
Ni la fragancia del arbusto en flor,
ni la queja del tordo al despertar,
ni la del zorzal
ni la del pardillo.
Ni la palabra ni el contacto
ni la vista del amante en la noche
anhelarás
sino ésto:
el rodar de la marea entera para cubrirte
sin preguntas
sin besos.
Helena
De Heliodora, 1924
Toda Grecia odia
los ojos quietos en el rostro blanco,
el lustre que remeda a los olivos
donde está de pie
y sus manos blancas.
Toda Grecia denigra
el rostro macilento cuando ríe,
odiándolo aún más profundamente
cuando se pone pálido y blanco,
recordando encantamientos del pasado,
males del pasado.
Grecia ve sin conmoverse,
la hija de Dios, nacida del amor,
la hermosura de sus pies frescos
y las más suaves rodillas,
podría incluso amarla
si tan sólo estuviera tendida,
ceniza blanca entre cipreses fúnebres.
La vara en flor
De Trilogía, 1944-1946
Voy donde amo y soy amada
hacia la nieve;
Voy hacia aquello que amo
sin ningún pensamiento de deber o piedad;
Voy hacia donde pertenezco, inexorable,
como la lluvia que no ha cesado de caer
hacia los surcos;
he dado o podría haber dado
vida al grano;
pero si éste no crece o madura
con la lluvia de la hermosura,
la lluvia retornará a la nube,
quien cosecha afila su acero sobre piedra;
pero éste no es nuestro campo,
no lo hemos sembrado;
impiadosos, impiadosos, dejemos
el sitio de la calavera
para aquellos que lo compusieron.
Satisfechos, insatisfechos,
saciados o entumecidos de hambre,
he aquí la urgencia eterna,
la desesperación, el deseo de equilibrar
la variante eterna;
tú percibes este llamado insistente,
esta demanda de un cierto instante,
la vocación de gozar, de vivir,
no el mero afán de perdurar,
la vocación de vuelo, de consecución,
la vocación de reposo tras un largo vuelo;
pero ¿quién conoce la desesperada urgencia de esos otros
–verdaderos tal vez
ahora míticos pájaros—
que buscan, infructuosos, reposo
hasta que se desploman desde el punto más alto de la espiral
o caen del centro mismo de un círculo cada vez más estrecho?
pues ellos recuerdan, recuerdan,
al mecerse y revolotear
lo que existió una vez
–recuerdan, recuerdan—
ellos no se desviarán –han conocido la bienaventuranza
el fruto que satisface
–han retornado—
¿y si las islas se perdiesen?
¿si las aguas cubrieran las Hespérides?
Mejor es que recuerden
—recuerden las manzanas doradas del árbol;
Oh, no los compadezcas,
mientras los ves caer uno por uno,
pues caen exhaustos, adormecidos, ciegos,
pero en un cierto éxtasis,
pues de ellos es el hambre
del Paraíso.