Morton Feldman, 12 de enero de 1926, música meditativa
Las composiciones de Feldman no se imponen, no sorprenden, no levantan tempestades emocionales, ni invitan a un baile de salón o de una fiesta agreste, ni nacen para simplemente relajar. No son, o por lo menos no aparecen, como descriptivas de algo. No tienen un desarrollo (excepto lo de la amplitud, duración), no hay clímax y entonces no se puede predecir lo que podría suceder a continuación. Son músicas basadas en la repetición y, sin embargo, nunca se repite nada. Los acordes, las breves líneas que nos cuesta definir melódicas, las texturas y las ideas rítmicas se repiten, pero casi nunca idénticas. La estética de Feldman (1926-1987) es radicalmente diferente de aquella de los minimalistas como Steve Reich o Philip Glass, a pesar que haya sido un precursor del minimalismo. La intención de Feldman no es hipnotizar o crear un agradable tapiz sonoro o una cómoda alfombra en donde tumbarse a descansar y soñar. Parece que su intención es la búsqueda de la quietud en una dimensión abstracta, sin tiempo, sin edad, sin historia. Y, a veces, de profundidades sin fondo.
Para mí, que practico como maestro de meditación Zen y estoy acostumbrado, como musicoterapeuta, a encontrar en cada música su potencial funcional, considero que la música de este compositor es ideal para la meditación. Meditación trasformadora pues sus composiciones tienen un claro poder transformador, empezando con potencial de cambiar el sentido del tiempo. Éste se detiene mientras la música fluye hacia la conciencia, nos acompaña hacia una visión cada vez más clara.
Hay músicas por todo y para todos. Es maravillosa la amplitud de posibilidades, de emisoras con la cuales podemos sintonizarnos. En concreto, esta música es para oyentes sensibles a lo espiritual, para seres que viven en una dimensión alejada del ruidoso consumismo. Feldman tiene pocos verdaderos estimadores y muchos indiferentes a su música, y no faltan denigradores. Es evidente que la total ausencia de violencia, agresividad, de declamaciones perentorias encuentran poca aceptación en un mundo obscenamente violento y en constante búsqueda de gratificaciones de muy fácil adquisición: mercancía de bazar o hipermercado.
El acercamiento a Fieldman tiene que ser gradual, con piezas de una media hora antes de escuchar composiciones como el Piano String Quarter (80 minutos). Y es necesario un largo entrenamiento meditativo para poder llegar hasta el final de Para Philip Guston (cuatro horas y media) y del Segundo Cuarteto para Cuerda (cincos horas).
Luciano Berio dijo una vez que la tranquilidad de la música de Feldman expresaba una especie de terror existencial de salir del mapa para no encontrar aquellas regiones donde había monstruos, como si Feldman estuviera asustado por la música fuerte (a pesar de que una de sus influencias más importantes fue el genio del ruido-artístico Edgar Varèse). Es un malentender la música de Feldman. Lejos de la separación de la experiencia que Berio sugiere, lejos del aislamiento en un oasis de tranquilidad y de paz, la música de Feldman es un encuentro muy directo con la sustancia de sonidos que abren a la meditación activa, permitiendo ver serenamente a los monstruos sin temor alguno.
Rothko Chapel, Gregg Smith conducting
For Stefan Wolpe, per coro e 2 vibrafoni (1986). Benjamin Ramirez e Thomas Kolor, vibrafono
The Choir of Saint Ignatius of Antioch, New York City, director da Harold Chaney.
String Quartet & Orchestra (1973)