Otto Klemperer, hoy 1885, un escultor de sonidos.
Otto Klemperer nació en Breslau, provincia de Silesia, al tiempo en Alemania (ahora Wrocław, Polonia), hijo de Nathan Klemperer, judío natural de Praga, Bohemia, hoy República Checa. Klemperer estudió música primero en el Conservatorio Hoch de Frankfurt y más tarde en el Conservatorio Stern de Berlín bajo la guía James Kwast y Hans Pfitzner.
En 1905, conoció a Gustav Mahler mientras dirigía una representación de la Sinfonía No. 2. Entres los dos músicos nació una profunda amistad. Más tarde, en 1910, Klemperer ayudó a Mahler en el estreno de su grandiosa Sinfonía No. 8.
El reconociendo del valor de Klemperer llego tarde. Estaba próximo a los 70 años cuando Walter Legge, el famoso productor de EMI, realizó una serie de grabaciones que constituyen uno de los mayores monumentos discográficos dejados por un director de escuela alemana, junto al legado de Furtwängler y de Bruno Walter.
Beethoven, Brahms, Bruckner, Mahler son los autores donde Klemperer ha dejado versiones de referencia. Claro está, siempre dentro de su estilo, que no prestaba gran interés a la tímbrica ni se destacaba por ser «electrizante» o «excitante»: un estilo «granítico» o «colosalista», que a algunos les puede parecer monótono, pero que está dirigido a un oyente que no busca los efectos fáciles, sino una explicación coherente y detallada de la esencia de una obra.
La lentitud rítmica de Klemperer, para algunos exasperante y somnífera, les permitía una gran claridad de lenguaje musical. O bien les permitía construir estupendas, luminosas catedrales sonora, solidas como el mármol. Con Klemperer el sonido parece tomar forma, como escultura. Un sonido nunca efímero que desafía el paso del tiempo.
Está claro que el fuerte de Klemperer no fue el apasionamiento, de ahí que su grabación de la «Sinfonía Patética» de Tchaikovsky no tenga nada de las cualidades que se suelen escuchar en esta obra: pasión, romanticismo extremo. En su lugar tenemos una lectura austera, muy diferente de lo que se escucha habitualmente.
Y también está claro que por su carácter, Klemperer no podía acentuar la sutil ironía de Haydn, o la divina serenidad y cierta alegría de Mozart, y aún menos los juegos tímbricos de un Debussy. El fuerte de Klemperer está en trasmitir la estructura sonora, la tensión emotiva, el tono dramático de compositores como Beethoven, Bruckner, Wagner, Mahler.
Beethoven, Sinfonía Nº 9 «Coral». Otto Kemplerer
Brahms: Ein deutsches Requiem, 2. Denn alles Fleisch, es ist wie Gras (Klemperer) 1961
Otto Klemperer: Wagner – Der Fliegende Holländer, ‘Overture’
Klemperer conducts Mahler – Der Abschied, Christa Ludwig (1966)