

En 1919 Arturo Toscanini lo escuchó en Milán en el Café Grand’Italia y organizó un concierto para que el joven violinista checo saliese de sus apuros económicos y fuera conocido en un ámbito distinto al de los bares. Vaya Prihoda (22 agosto de1900- 26 giugno de 1960) tenía solo diecinueve años cuando el gran director de orquesta italiano le dio un buen empujón que hizo desplegar la carrera de un violinista que llegará a imponerse como virtuoso al punto (se dijo) de volver ligeramente celoso a Jascha Heifetz, que al tiempo era considerado como el máximo violinista. Si es verdadera esta anécdota, se puede pensar que no era la técnica virtuosística el motivo de preocupación de Haifetz, insuperable en este aspecto, sino el calor, la generosidad del cantabile de excepcional lirismo y el fascino del timbro de Prihoda.
Considerado como excelente interprete de Paganini, Prihoda fue un músico romántico hasta la medula. Acabó obviamente con romanticizar quizás demasiado Mozart e incluso Bach y brilló sobre todo tocando música eslava. No tuvo la posibilidad de tocar con orquestras y directores prestigiosos, y de los grandes conciertos por violín y orquesta pudo dejar un solo documento sonoro importante: lo de Dvorak. Interpretó bien otros conciertos pero interesan poco, por la mala calidad de las grabaciones y la mediocridad de las orquestras. No así el Prihoda miniaturista, capaz de proezas técnicas y expresivas que han marcado y puesto fin a una época. Es una delicia escuchar sus “portamenti”, su “rubato”, sus “diminuendo”. Su fraseo legado, sus golpes de arco, todo dirigido no tanto a sorprender cuando a conmover. Prihoda más que con grandes manos, tocaba con un gran corazón. Un gran corazón enamorado del amor y del hacer música con alma eslava. Y así tenemos interpretaciones portentosas de la Humoresque y una Danza eslava de Dvorak, de una pieza de Smetana y algunas que compuso el mismo. Y tenemos también, fuera de bohemia, joyas como la Serenata de Toselli y el Chant indou de Rimski-Korsakov. Sin olvidar la grabaciones de Nel cor piú non mi sento, de Paganini.
Podemos concluir con la consideración que por ser checo y no alemán, ruso, italiano, francés o judío, Vasa Prihoda no pudo entrar en el Olimpo violinistico de su tiempo en donde estaban Heifetz, Milstein, Menuhin, Kreisler o un Thibaud. No pudo tocar junto con grandes pianistas, importantes ensembles camerísticos o grande orquestas. No hubo grandes compositores que escribieran para el. Pero lo que ha hecho, prácticamente en soledad, no deja, tantos años después, de encantar seducir, maravillar.
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