Lavadoras
Hubo un gran temporal de verano
inmensa serpiente liquida el torrente.
Cuando la furia se apagó
me fui hacia él,
andando feliz entre piedras y agua
envuelto de un agrio perfume de tierra viva.
De repente un canto de mujeres,
melodía media morisca y media calabrese,
el ritmo marcado de sabana torcidas
golpeadas sobre piedras,
como los esclavos negros
marcando sus tristes cantos
a ritmo de martillazos,
pero aquí en el iridiscente río
de casi negro había sólo las grandes tiras de jabón
el maravilloso jabón hecho con los restos de olivas,
después de exprimir el aceite,
la ropa de un blancor resplandeciente.
Entre una espuma no tan blanca como
la nívea piel de las campesinas,
algunas desnudas hasta la cintura
fuertes senos como mármol
espaldas como esculturas.
Cuanta belleza dios en un trabajo
tan humilde y sencillo.
Cuanta armonía entre canto y los golpes,
más que trabajo una fiesta de la naturaleza,
agua, espuma, blancor,
cuerdas vocales vibrando de alegría,
músculos hinchándose de vida.
Después llegó la lavadora,
y adiós vigor, adiós cantos
adiós fiestas de agua y sol.
A cambio, ruido, pechos caídos
ropa no limpia sino
blanqueada, como decir pintada,
ríos y mares envenenados.
Para una vida fácil dicen.
Para ganar tiempo dicen,
y llenarlo de Prozac,
la felicidad en pastillas.
Lo llaman progreso.