Madrugar ducha el alma
Gracias a Ángel Gabilondo
El canto del gallo es la llamada despertadora, anunciadora de otra llegada del sol o por lo menos de la luz. Hay que ser valientes para levantarse a tiempo antes del amanecer y salir para el encuentro.
Salir después de haber estirado el cuerpo como los gatos, calentado ligeramente los músculos, respirado lento y profundamente.
Salir sin haber tocado interruptor ningún sin haber ofendido los ojos con luz de lámparas alimentada casi siempre desde petróleo de las tinieblas, o del horror nuclear.
Lámparas que alumbran con violencia de repente: las retinas no aman esta luz de mentira, traicionera en su brillo dañino.
El ojo necesita luz verdadera, luz sanadora que llega gradualmente desde el cielo con sus tonos cambiantes, hermosos a veces sombríos colores que anuncian un día de sol o un día de lluvia.
Todos buenos días.
Y a la llegada de la luz que devuelve a las flores su encanto y a las aves su canto, después de darle la gracia hay que activarse para empezar el día con sereno valor.
Para vivirlo como fuera el primero o el ultimo de este continuo milagro que llamamos vida. Y así, después haber duchado el alma, sin prisa vamos a duchar el cuerpo o bañarlo en agua de romero o de rosas.
Mientras escuchamos músicas de Vivaldi, Bach o Mozart, músicas liberadoras de endorfinas y creadoras de felicidad, músicas que nutren y alegran el alma.
Y sin prisa vivir con alegría el nuevo día.