Hildegarda von Bigen, hoy 1098, un carta de amor para una mujer maravillosa.
(Alemania, 16 de septiembre de 1098 – 17 de septiembre de 1179)
Querida Hildegarda, sé que puedo hablarte de tu y sé que a otros, menos inteligentes, esto podrá parecer un acto de presunción, arrogancia y hasta blasfemo. Tú lo sabes, yo no soy un creyente cristiano y nunca lo seré hasta que existan pruebas concluyentes de que resulte ser verdadera la historia de Cristo. Pero incluso si resultará que la historia de Cristo no es una fábula, siempre me mantendré a una distancia de seguridad de la Iglesia cristiana, que es lo que es. Y tú lo sabes mejor que yo, tú que luchaste contra la corrupción y contra el oscurantismo eclesiástico y contra su a veces inaudita maldad. Inútil fue tu grito para que no se llegase a la horrible masacre de los cátaros.
Sé lo irreverente que es hablar de tú a una Santa. Pero para mí no eres una Santa, tú eres una de la más grande mujeres de la historia. Naciste como yo, bajo el signo de Virgo y compartimos los mismos intereses: la medicina, música, escritura. No compartimos las Escrituras y tenemos diferentes conceptos sobre la espiritualidad. Sin embargo, me inclino ante tu maestría suprema y declaro bajo juramento que tu música no es sólo una cumbre de la época medieval. Es una cumbre de la música de todos los tiempos.
En sus días (como hoy) a la Iglesia debía ser pagado un impuesto. Impuestos de diversa índole. A las familias era impuesto el “diezmó”: las parejas que llegaban al décimo hijo, siendo éste el hijo de Dios, tenía que ir a la Iglesia. Así, tú que eras un “diezmo” te fuiste al monasterio sin vocación, pero tu empeño y tu bravura te hicieron llegar a ser abadesa. A veces una acción no ciertamente buena conduce a un gran éxito. Fuera del convento no te habían permitidos componer música, y mucho menos escribir como tú lo hiciste entregándote a la alegría de la libertad poética, a la invención de metáforas de audacia increíble, tocando puntos de estremecedora emoción y de violencia impactante, haciendo caso omiso del frío estilos de los compositores de himnos de tu tiempo. Tu cuerpo ha vivido en la prisión de un monasterio, pero la cárcel no puede aprisionar el espíritu, y el tuyo era libre, innovador, inspirado por la sabiduría, por el sentido común. De hecho, te negaste en negar el entierro a un no-creyente desafiando frontalmente la Curia, la cual te impuso pasar un mal rato, pero ganaste. Y no te faltó el coraje de desafiar e incluso amenazar un emperador del calibre de Federico Barbarroja. Has ganado en la vida a pesar de la clausura.
Tus Symponiae están hechas de música, como tú dice, dictadas por Dios. Sonaban en tu alma y las trascribías. Te llegaban visiones, frases, conceptos y músicas en uno estado consciente. Ningún éxtasis, trance o desmayos. Según el poeta y teólogo tu contemporáneo Insulis ab Alanus, symponia significa deleite espiritual, que se expresa en la alegría de las voces e instrumentos. Cuando se funde armoniosamente el espíritu humano con las voces y los instrumentos, la symponia se convierte en una «buena obra» en el plano existencial y artístico.
Symponiae es el concepto clave de tu universo espiritual y es una clase magistral: no sólo la armonía de los sonidos creados por las voces e instrumentos, sino también la armonía celestial de la armonía interior del proprio hombre. Es maravilloso y absolutamente cierto decir que el alma humana es sinfónica y que esta característica se expresa en el acuerdo entre cuerpo y alma en el hacer música: la música es al mismo tiempo celeste y terrestre. Este es un gran paso adelante en comparación con el canto gregoriano.
Querida Hildegarda, inusual y esclarecedor ha sido tu contribución a la música religiosa y has abierto el camino que conduce al supremo Victoria, al genial Palestrina, y finalmente a la delicada poesía sonora de Fauré y la pasión de Rachmaninov. Pero brilla tu ausencia en la Historia de la Música de Oxford. La historia de la música debe ser reescrita, poniendo en el lugar correcto los marginados, los «menores», los olvidados, los ignorados como tú. Tus Symponiae son un puente de luz entre la tierra y el cielo. Brillante y colorido como los dos grandes arcos iris que atravesaron el cielo en el momento de tu muerte. Esto dijeron los testigos y me gusta creerlo. Y me gusta imaginarte «Sibila del Rin», la mujer sabia a le que se iba a buscar consuelo, consejo, cuidado, sanación. Me gusta pensar que tu música se hace eco de la armonía de las esferas. Sin duda puedo decir que cautiva, seduce, conmueve, y es hasta peligrosa. Si peligrosa. Puede llevar a ser creyente incluso a un no creyente bien documentado como soy. Adorada Hildegarda, la deslumbrante belleza puede ser cegadora.
H.V. Bingen-Symphony Of The Harmony Of Celestial Revelations Pt.1 (Sinfonye, Wishart 1995) HD
Hildegard Von Bingen – O Vis Aeternitatis
Hildegard von Bingen – Canticles Of Ecstasy
The Kronos Quartet plays Hildegard von Bingen