El ocaso del amor
Escrito por Gianni Cesarini en 2012 y revisado hoy.
Cambios de costumbres y de cultura nos están llevando a la progresiva perdida de interés por el amor. En los años Sesenta del siglo pasado inició la época, llegada hoy en día a su ápice, del nomadismo sexual, del sexo “usa y tira”, donde las parejas vivían cada una en sus casas, la infidelidad era una praxis común, y era patológico pensar en una pareja cerrada. Entonces cada uno tiene su cuenta bancaria, frecuenta su propio círculo de amistades, cultiva su huerto infestado de egoísmo y decide compartir un poco de tiempo y espacio con el otro solo y exclusivamente cuando le apetece. El problema surge cuando los dos deseos se desencadenan en momentos diferentes. La solución es sencilla: si la pareja no es disponible se sustituye momentáneamente con otra, y si la nueva parece más satisfactoria y promete alguna diversión o ventaja, sin dudar y sin escrúpulos, se abandona la antigua. Obviamente la pareja puede ser sustituida en cualquier momento, aunque haya sido siempre disponible.
Hans-Georg Gadamer afirmó en el lejano 1960 en su “Verdad y método” (Bompiani) que “la compresión mutua se estimula por la “fusión de horizontes”, horizontes cognitivos, o sea horizontes que vienen dibujados y señalados en el proceso de acumulación de las experiencias de la vida. La “fusión” que requiere la mutua comprensión solo puede ser consecuencia de una experiencia compartida”.
Actualmente casi no se puede compartir ni siquiera un paseo. El teléfono portátil se ha convertido en otro instrumento de separación. Hemos cultivado el sueño de ver nacer, después de milenios de miseria, el Homo sapiens del cual se han visto pocos ejemplares. Los actuales Homo oeconomicus e Homo consumes, productos de la industrialización, no podían que degenerar en el telefHomíno, appendiz de objetos tecnológicos, con su compulsivo hablar y digitar números y letras, casi siempre diciendo banalidades.
Hemos llegado al punto que la única fusión de la cual podemos hablar, es la nuclear y para el telefHominoel horizonte, no solo espiritual, no llega más allá de sus tecladitas y de sus pantallitas. Y cuando el telefHomino entra en el rol del Homo sexualis su “hacer el amor” no puede ir más allá de hacer algo que no sea un escuálido y peligroso intercambio de líquidos corporales con su cargamento de virus, baterías y hongos.
Los intercambios de los clientes de clubes como “El refugio de Platón” en Nueva York son indicadores de la miseria humana. Y no se diga que pueda existir ternura, pasión, júbilo o éxtasis satisfactorio frecuentando los clubes de intercambio. Emociones y sensaciones que tampoco nadie echa de menos cuando solo queda sexo nudo y crudo, cuando el otro/a es tratado como objeto para satisfacer una “gana”, porqué no se puede hablar de deseo. El deseo necesita un tiempo para madurar. Un tiempo que requiere cortejo, atención, entrega. No para conquistar sino para entregarse, dar, ofrecer. Dejamos las conquistas a los guerreros, a los depredadores. Las relaciones que se basan en el egoísmo, oportunismo y consumismo, reflejan el cambio de nuestra sociedad. Y estos clubes son un claro indicador de estas tendencias.
Actualmente no se puede hablar ni de conquista: se trata de compra, el precio es la tarjeta del club. Entonces decirme si el sexo desacralizado, divorciado de los sentimientos y reducido en un espectáculo de gimnasia, sin un beso, una caricia, sin un gemido involuntario, sin anulación del ego, conserva algún valor. Decirme que valor queda en la unión de cuerpos que no se convierte en un acto que reconduzca nuestra relación espiritual para tender hacía el crecimiento de la conciencia, de la compasión y de la comunión de las almas. Hay una distancia infinita entre los juegos eróticos, el puro entretenimiento y la unión de dos almas. ¿Cuál es el valor de una relación que no ve en el otro/a el ser único, maravilloso e inviolable? Eros y espíritu se unen solo cuando se ve el compañero/a como una joya ofrecida para ser admirada, respectada, venerada y sobre todo amada. Amar es cuidar. Y el arte de cuidar es en tal declive que hasta la medicina se ha convertido en la primera causa de la muerte en Occidente.
Desde la posguerra, esta tendencia, generación tras generación, está llevando al final del amor total y duradero. Actualmente predominan miedo y angustia a niveles nunca registrados en el pasado. El miedo a ser adultos y tener que enfrentarse a demasiadas inseguridades: trabajo instable, competitividad feroz, familias disgregadas, salvaje globalización, guerras, terrorismo, falsas pandemias, cambio climático que amenaza la vida del planeta, miedo a una vida siempre más vacía, que va en dirección de un consumismo loco que no nos ofrece perspectivas de crecimiento interior. Entonces llegan la frustración, la depresión, el aislamiento, la libido baja, la sexualidad disfuncional.
El individualismo en la gran ciudad llega al convencimiento que podemos ir adelante solos, en una presunción de omnipotencia, que generalmente conduce a la ansiedad, crisis de pánico, depresión, alcoholismo, consumo de droga, bulimia, anorexia etc… Es precisamente esta ansiedad y depresión de fondo que generan la necesidad de buscar contactos íntimos con quienquiera, mortificando aún más la ya escasa capacidad de amar. Y en la búsqueda de estos contactos íntimos generalmente se apuesta hacía el bajo, buscando parejas poco evolucionadas, que alejan el riesgo de tener que enfrentarse a la realidad y al mismo tiempo impiden el crecimiento y el aprendizaje del amor. Y se confunde la gastritis con el amor, un poco de palpitaciones con el amor, la ansiedad de poseso con el amor. El verdadero amor se basa en la estima, y para estimar hay que conocer, y para conocer se necesita tiempo y lucidez mental. Pocos dedican este tiempo, poco intentan mantener la mente aguda y casi nadie apuesta por la “iluminación”, la sabiduría y la búsqueda de la verdad.
Hemos llegado al tiempo del “amor liquido” como lo define Zygmun Bauman. Amor que desliza como el agua, inalcanzable como el agua. Ahora la palabra amor ha perdido del todo el significado original y se usa para definir hasta un encuentro fortuito de una noche con un desconocido. Se conoce alguien en una fiesta y ya, a la cama. No puede funcionar. El acto sexual presupone la existencia de una barrera que dos personas pueden superar solo después de haber convivido muchos tiempos juntos para conocerse profundamente, un tiempo que no se puede acortar. Sin embargo, hemos llegado a tiempo muy cortos: encuentro-salida-cena-cama. Muy raramente funciona. De tal manera que, además de alimentar la ansiedad, se dificulta la posibilidad de encontrar la persona con la cual construir una relación. Evidentemente no todo el mundo actúa de esta forma. Existen personas que han superado el infantilismo y son maduras emocionalmente y elevadas espiritualmente, pero son muy pocas.