

Thierry de Brunhoff: maravilloso pianista que se hizo monje.
(9 de noviembre de 1934)
Un artista verdaderamente grande coniuga cultura, profundidad interpretativa, habilidad tecnica, sonido, innovación, estilo, todos aspectos trascendentes de una personalidad singular. Sin embargo, sobre todo, es la conexión personal del artista con el material y su interpretación, lo que crea un vínculo emocional único con el oyente. Y todo, desde la biografía del artistas hasta su enfoque profesional, importa. Para mí, Wladimir Sofroninsky, Maria Judina, Sergio Fiorentino, Samson François, Maria Joao Pires están entres los pianistas cuya historia de vida y dedicación al interpretación, a crear belleza, trasmitir emoción, hicieron y hacen que sus obras grabadas sean atemperares. Tocar el piano y centrarse en el virtuosismo y hacer espectáculo o llevar la interpretación demasiado lejos desde la intención del autor puede traer éxito comercial y no hacer verdadera arte. El repertorio y la especialización pueden ser algo positivo ya que vende entradas y conduce a contratos de grabación, pero esta identificación con una determinada época-composito-país impide aceptar el pianista interprete de musica fuera del cliché que lleva encima.
Descubriendo el pianista francés Thierry de Brunhoff no esito en añadirlo al grupo de mis estrellas del teclado. Thierry de Brunhoff se formó con Alfred Cortot, quien muchos años antes también había enseñado a la madre de Brunhoff. Thierry, hijo del creador de «Babar el elefante», Jean de Brunhoff, nunca conoció realmente a su padre, que murió de tuberculosis cuando Thierry tenía solo tres años. Bajo la influencia de su madre, estudió piano y fue aceptado a una edad muy temprana (nueve años) en la clase de Cortot en la Ecole Normale de Musique. Después estudió con Edwin Fischer. Se convirtió en concertista y entre 1964 y 1968 realizó varias importantes y casi desconocidas grabaciones. Thierry estuvo involucrado en un accidente automovilístico y, aunque todavía podía tocar el piano (grabó musicas de Schumann después del accidente), se retiró del concertismo y se dedicó a la enseñanza.
Especialmente notables sus interpretaciones de Chopin y de Schumann (se percibe en esto la marca muy profunda de su primer maestro, Cortot), pero su repertorio es amplio, desde Händel a Ravel. Su preferencia, sin embargo, es para Chopin, a quien elogia en estos términos: El piano es Chopin. Comprendió las posibilidades del canto y el universo sonoro del piano romantico. Como interprete de Chopin y de Schumann se pone entre los mundos sonoros y poéticos de François y de Fiorentino, mitigando la pasión y del primero y mostrado una afinidad con la suma elegancia y nobleza del segundo, sin poseer pero el virtuosismo extraordinario del pianista napolitano. La cifra estilística de Thierry funda en un intimismo poetico conmovedor y en un sonido de rara belleza, creado con un piano Bechstein.
Su Chopin es delicato, lirico y en los frangente adecuados intenso y drammatico. Su Berceuse en re bemol mayor, op. 57, aporta una simplicidad encantadora, y su sensibilidad de tacto confiere color tonal a cada variación. La regularidad métrica de la mano izquierda que puede parecer monótona en muchos pianistas, con Thierry el ritmo no es rigidamente metronómico, respira, vive… Una belleza que corta el aliento impregna su Nocturno en re bemol mayor, op. 27 núm. 2, donde la melodía flota suavemente sobre el acompañamiento de arpegios de semicorcheas hecha de un lirismo tierno y nada melenso caracterizando una interpretación que es pone entres la mas hermosas en absoluto. Y de bellezza ipnotica el primer Nocturno.
Maravilloso es también como interprete de Schuman. Sus versiones de la Homoresque y Davidsbündlertänze de referencia, dictadas por un romanticismo sin frenesí, con un fraseo equilibrado, un canto noble, sonidos calibrados sin excesos, siempre de una expresión encantadora.
En 1974 el pianista se retira como monje a la abadía de En-Calcat en el departamento de Tarn y se convierte en el hermano Thierry Jean. Al respecto, declaró en 2004 en una carta a Rodolphe Bruneau-Boulmier: Me parecía que si Dios existía, entonces había que zambullirse y darlo todo. Darlo todo era también dar música, ya que para mí lo contenía todo desde la infancia. Era mi universo, mi respiración, mi lenguaje, la comunión con los demás, el don de mí mismo. Dios me parecía ser más que todo eso o más bien contener todo eso, ser todo eso al mismo tiempo y al mismo tiempo, esperar a que lo amemos. Creo que esta espera de Dios fue decisiva para mí.
Chopin — Complete Nocturnes
Chopin Barcarolle Op. 60
Robert SCHUMANN: Davidsbündlertänze, Op. 6, No. 17, «Wie aus der Ferne»
Suite bergamasque, L. 75: Clair de lune