Daniil Shafran: violonchelista trascendental.
Daniil Shafran nació en Leningrado el 13 de enero de 1923. Su padre Boris fue chelista principal de la Orquesta Filarmónica de Leningrado y su madre, Frida Moiseyevna, era pianista. Según el propio Shafran, cuando su madre iba a darle a luz, su padre estaba practicando pasajes del “Concierto en re mayor” de Haydn, por lo que se mostró reacio a ir al hospital hasta que no tuviese técnicamente controlado un difícil pasaje. A Shafran lo enseñó en principio su padre, a quien se lo llevaba pidiendo durante mucho tiempo. Cuando llegó a los ocho años, su padre se presentó un día con un pequeño violonchelo y le indicó que empezase a estudiar. Su padre era un serio estudioso y un profesor estricto y tras año y medio de estar bajo su tutelaje, Shafran ya había absorbido muchos de los valores que manifestaría a lo largo de su vida: una práctica regular y diligente y la importancia de esforzarse para conseguir los más grandes objetivos. Un principio fundamental que quedó establecido para el músico fue el de la necesidad de superar los obstáculos técnicos aprendiendo a tocar más allá de las exigencias de la obra, por lo que Shafran aprendió a ser despiadadamente estricto consigo mismo durante los ensayos.
Al mismo tiempo comenzó a estudiar con Aleksander Shtrimer en la Escuela Especial de Música para niños. Dos años más tarde fue uno de los diez niños talentosos elegidos para asistir al Conservatorio de Leningrado, afortunadamente con el mismo profesor. Ese año también marcó su primera aparición en público en uno de los conciertos del Conservatorio cuando tocó dos piezas de Popper de considerable dificultad, ‘Spinning Song’ y ‘Elfentanz’. Hizo su debut orquestal el año siguiente tocando las “Variaciones Rococó” de Ciakowski con la Orquesta Filarmónica de Leningrado bajo el director británico Albert Coates. En 1937, Shafran alcanzó la prominencia nacional cuando él entró en el Concurso Nacional de Violonchelo de la Unión Soviética como un concursante no oficial y se llevó el primer premio. Parte del premio fue un magnífico violonchelo Antonio Amati hecho en 1630.
Siendo el violonchelista ruso más fascinante aparecido después del mítico Piatigorsky, sorprende su escasa fama a nivel internacional. Prácticamente es casi desconocido. Quizás influyó su personalidad bastante tímida y reservada, quizás no tuvo la posibilidad de salir de Rusia. Ni tuvo suerte cuando, ya en la madurez, en 1977 tocó en un concierto en el Carnegie Hall de Nueva York con la Orquesta Sinfónica de Nueva Jersey, una ocasión estropeada por Henry Lewis que dirigió la orquestra con manos pesada no permitiendo al público escuchar al solista. Su técnica era maravillosa a empezar de su “legato” y su capacidad de hacer cantar el instrumento. Su “staccato” y “spiccato” hechos con un ataque muy ligero y sumamente preciso y el frecuente uso del arco en la punta con la crin algo suelta le permitía un sonido plateado pero cálido y hermoso. Su tono era de intensidad profunda y suave y su fraseo se acercaba más a la escuela francesa que rusa, de la cual mantenía el típico intenso vibrado, un vibrado modulado con un agógica, una flexibilidad y una expresividad a la manera de los cantantes de la antigua escuela. Tacaba con desapego siempre buscando lo trascedente y en los años de su esplendor (hasta al 1970) nunca tocaba una nota en vano. Con una noble sensualidad, una elegancia, una finura desconocida a los violonchelistas actuales (y también a su rival Rostropovich) Shafran es una piedra miliar en la historia de la interpretación musical. Es preciso actuar para que este excepcional artista no se quede desconocido. Con él tenemos una clase magistral de hacer música trascendiendo el instrumento para hacer pura poesía sin palabras.
Escuchas aconsejadas para empezar a conocer a Shafran: