Para Eleni Karaindrou
(Teichio, Grecia, 25 de noviembre de 1941)
«Sigue siendo celosamente guardados en mi mente los sonidos de mi infancia: los del viento, la lluvia, el silencio de la nieve y la música popular que escuchaba durante los festivales en mi país, pero también y sobre todo las canciones polifónicas de campesinas trabajando y algunas solemnes melodías bizantinas cantadas en las iglesias. » Eleni Karaindrou
Querida Eleni, por lo general se confunde el sufrimiento con el dolor. El sufrimiento siempre tiene un nombre y viene desde fuera. Más matizado y amplio, a veces oscuro, el dolor surge desde dentro. Grande es la diferencia. Mientras que el sufrimiento confirma el sentimiento de la existencia, el dolor niega su existencia. El sufrimiento se puede compartir, soportar, aceptar, el dolor no. En el dolor acaba uno en rendirse y querer hundirse en la nada. El sufrimiento nos habla de una causa, un nombre, un hecho, un «culpable» que nos hace sufrir. El dolor no, el dolor no tiene causa ni culpable que nos hace sufrir, viene desde nosotros mismos y es difícil hablar de él y aun más difícil auto inculparse. En el sufrimiento puede haberse un secreto placer, el dolor va más allá del placer y del displacer. El tiempo puede curar el sufrimiento, no el dolor.
Tomado de Michel Schneider, este concepto básico estaba en mi trabajo terapéutico hasta que la música entró en este trabajo. Y entonces descubrí que tu música puede curar el dolor como ninguna otra. Para ti se podría hacer un brillante collar de adjetivos positivos. Incluso superlativos, pero no sería apropiado para una música tan esencial. Pero algo hay que decir, para entendernos.
Tu música, antigua y moderna, dulce y desgarradora, tendencialmente monofónica sobre raíces modales es la música de aquel lugar lleno de historia llamado Grecia. Desde Esquilo hasta Angelopulos milenios de dolor experimentado y narrado. Música eminentemente clásica, de patetismo conmovedor que parece marcar el signo de una espera, de un alejamiento, con la conciencia de pertenecer a una vida solo soñada y, de hecho, siempre abrumada por un destino adverso. La música atraviesa el dolor y rediseña poéticamente el drama y lo trasciende, lo sublima con un potente efecto catártico.
Un eterno agradecimiento, amada Eleni, por tus partiduras eterna. Esa de «Mirada de Ulises» a menudo resuena en mi estudio o en mi sala de estar cuando se asoma al dolor. Este atávico dolor que tu música alivia y convierte en memoria llena de dulce melancolía, lo spleen del los Ingleses. Y luego evocarlo con tierna nostalgia. Estos profundo largos acordes abren a lo infinito, las melodías lentas cuya aparente tristeza oculta un vivo anhelo par la vida, los ecos de gritos bizantinos cadencias litúrgicas que emergen de la noche de los tiempos, momentos de paz pastoral iluminada por melodías claras y hermosas en un flujo de evidente espíritu Zen … meditativa música para la meditación.
Sorprendentemente en este mundo cada vez más caótico y ruidoso, más y más vulgar y carente de belleza, hecho de gente siempre mas perdida antes sus pequeña pantallas, siempre mas erradicadas de un globalismo culturalmente desastroso, sorprende y asombra una música como la tuya, que acepta los sonidos de otras culturas pero sigue siendo puramente griega, y nos trae de nuevo la belleza y el esplendor de la Grecia clásica. Eleni, gracias por donarnos músicas que ayudan a superar la desesperación, envolviéndonos en una manta tejida sutilmente para llevarnos a un mundo de belleza serena, dolorosa, un mundo encantado, mágico. El extraordinario mundo de la poesía lírica griega antigua reverbera en tu aparente frágil lirismo. Un canto en apariencia envuelto en el pudor, pero de este pudor florece una pasión calma tranquilla, de saborear lentamente.
Gracias, mil gracias eterna Eleni, después de casi dos mil año de silencio la Grecia ha vuelto a cantar la belleza, ha vuelto a su antigua belleza, a su antiguo esplendor.
Desde “Cartas de amor a cien mujeres”
Eternity and a day, Eleni Karaindrou at Concert Hall of Athens.
Topio stin omichli (1988)
Eleni Karaindrou – Ulysses Gaze